17 de enero de 2012

ESPACIOS OKUPADOS, ESPACIOS CON CUIDADO




 Séptimo articulo del dosier "Tijeras para todas". A propósito de una paliza sexual en el Centro Social Okupado El Laboratorio (Madrid)
Todas vivimos con rabia y dolor la violencia que los hombres imponen sobre las mujeres por esa división que hace y jerarquiza el mundo de los sexos. Las agresiones contra las mujeres, recurso primero y último, atraviesa el dominio más allá de lo particular de las relaciones y de las restricciones que cada sociedad o cada grupo ponga al orden del macho. Ya se trate de agresiones corporales o psicológicas, ya se produzca en forma de paliza, violación o acoso, ya acabe en asesinato, humillación o autodefensa, la violencia afianza el mando y lo localiza en los núcleos más sensibles de la experiencia: la integridad del propio cuerpo, la libertad sexual y la autonomía en la circulación y el pensamiento. Rara es la mujer que no la ha sufrido o bien en carne propia o por intervenir en contra de una agresión dirigida hacia otra.

El sentido de la vulnerabilidad y del dominio es una experiencia del cotidiano femenino que se compone, antes que nada, como experiencia de los límites y de la protección del propio cuerpo y su capacidad expresiva. Aunque tenga que ver con la edad, el espacio, la identidad, la situación e incluso con el sentimiento de seguridad que una expresa o deja de expresar, en realidad, la posibilidad de ser sometida a la violencia machista excede las circunstancias concretas y se extiende a la existencia-mujer en general. Está tan enraizada en nuestro ser que aunque pudiéramos instalarnos en otras coordenadas seguiríamos alimentándonos de esos secretos temores que nos habitan. Ninguna ha dejado de asumir esta condición de peligrosidad y mal que bien hemos aprendido a movernos con ella, a soportar de la manera menos traumática posible sus leyes y a disfrutar de las miserables victorias personales y colectivas que nos podemos permitir sin ponernos en situaciones de alto riesgo.
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